El verano no es una pausa: es un altar

Cuando llega el final del curso, no siento que todo acabe. Más bien comienza otra etapa, más íntima, más silenciosa. Para mí, el verano nunca fue un simple paréntesis entre cursos, ni un respiro de la rutina. Es un altar donde puedo recordar quién soy. Un umbral sagrado donde mi alma cansada pide tregua y mi cuerpo agotado busca sombra. En una sociedad que me exige resultados y rendimiento, elegir el descanso como un acto de fe es mi forma de rebelarme. Porque si no paro, no vuelvo. Y si no vuelvo, no soy.

He aprendido que descansar no es dejar de hacer, sino hacer desde otro lugar. Es volver a mí. No se trata de tumbarme sin pensar, sino de sentarme conmigo mismo y escuchar. ¿Dónde estoy? ¿Qué me duele? ¿Qué he olvidado de mí mientras daba todo por los demás? Como decía Manjón, el orden fecunda el trabajo. Y ahora entiendo que el primer orden es interior: saber quién soy cuando no soy maestro. Porque si me pierdo en el rol, me desconecto del alma. El descanso no es evasión, es comunión conmigo mismo. Es la manera más honesta de seguir cuidando a otros sin destruirme.

Me acuerdo, luego suelto: limpiar el alma como se limpia un aula

Me acuerdo…
Del primer día, de los ojos nerviosos de aquel niño que no sabía si saludar.
De la niña que dibujaba sin parar porque no quería hablar.
Del pasillo que se llenaba de vida, de las veces que tragué lágrimas entre clase y clase.
Me acuerdo de las miradas cómplices, del enfado que me dolió más que a ellos,
de los días en los que no me aguantaba ni yo.

Y ahora, cuando el aula está vacía y el reloj no impone, me siento frente al eco en mi clase con todo lo vivido. Este es el momento en que empiezo a formatearme por dentro. A vaciar lo que sobra, a doblar con cuidado lo que quiero conservar en el armario de mi corazón. Como si mi alma fuera un pupitre lleno de papeles que ahora puedo revisar sin prisa. Ordeno, limpio, suelto. Porque solo así puedo empezar a ver con claridad lo que soy cuando no estoy haciendo.

Entre vocación y desgaste: lo que me pesa

Este curso me desgastó más de lo que imaginaba, después de 34 años de docencia nunca acierto. Fui refugio, consuelo, consigna, contención. Fui puente, reloj, pañuelo, aplauso. Fui más de lo que pensé que podía ser para algunos compañeros/as, familias y niños/as. Y también fui soledad, agotamiento, frustración. Di tanto, que a veces me olvidé. Me dejé al final de la lista. Y ahora me duele no solo el cuerpo, sino lo invisible: la entrega acumulada, los silencios tragados, las emociones reprimidas.

Y sin embargo, no me arrepiento porque no sé hacerlo de otra forma. Porque no se cansa quien no ama. Pero también sé que si no descanso, si no paro, si no me cuido… no llegaré. No volveré a enseñar con alegría, ni con verdad. Por eso hoy no me exijo más. Hoy me abrazo, me agradezco, me concedo este tiempo sin deberes. Este verano no es lujo, es necesidad. Es sagrada reconstrucción.

Reposar en Dios: volver a la fuente que me sostiene

No solo mi cuerpo pide reposo. Es mi espíritu el que clama. El que me recuerda que sin conexión con la Fuente, todo se vacía. Descansar es dejar que Dios me mire, me abrace, me repare. Volver al silencio donde no soy educador, ni responsable, ni ejemplo. Solo soy hijo. Solo soy criatura. Solo soy yo. En el Evangelio no se nos pide productividad, se nos invita al descanso. Jesús se retiraba, se alejaba del ruido, se subía al monte. Porque sabía que sin oración, sin soledad fecunda, el corazón se endurece. Yo también lo necesito. Quiero descansar en Dios, no para rendir más luego, sino para recordar quién soy y por qué estoy. Para dejar de luchar solo. Para dejarme salvar.

Durante el curso no me sobran espacios. Todo está ocupado: horarios, reuniones, correcciones, expectativas. Pero ahora, en esta tierra de nadie que es julio, quiero vaciarme. Desocupar el alma. Sacar los miedos que me aprietan, los fracasos que me persiguen, los pensamientos que me acusan. Quiero dejar espacio a lo nuevo, a lo que no controlo, a lo que viene de lo alto. Me propongo estar sin hacer, mirar sin interpretar, respirar sin apuro. Me propongo dejar que el Espíritu me habite sin que yo lo invite. Me abro al misterio. A lo gratuito. A lo que no sirve para nada pero me salva de todo.

El descanso también enseña

He comprendido que descansar también es una forma de educar. Me enseña a soltar el control, a confiar en lo invisible, a creer que no todo depende de mí. Me recuerda que mis alumnos no me necesitan perfecto, sino presente. Y que solo estoy presente cuando estoy entero. Y solo estoy entero cuando me he dado permiso para parar. En este descanso aprendo más que en muchas formaciones. Aprendo a estar. A sentir. A vivir. A habitarme sin prisa. Y así, cuando vuelva, volveré distinto. No como el que retorna con más energía, sino como el que ha tocado fondo y ha encontrado allí a Dios.

Sé que el curso llegará. Volverán los pasillos ruidosos, las mochilas rotas, las emociones a flor de piel. Volverán los retos, los nombres nuevos, las historias que empiezan. Pero aún no. Hoy no. Hoy no necesito planificar. No necesito evaluar. No necesito anticipar nada. Solo necesito vivir este tiempo como un don, como una bendición. Porque si aprendo a estar aquí, estaré mejor allí.

Mi verano no es un plan, es una promesa

Este verano no quiero solo vacaciones. Quiero resurrección interior. Quiero:

Descansar es preparar la tierra para la próxima siembra. No desde la obligación, sino desde la ternura. Si me cuido, vuelvo mejor. Si me detengo, escucho más. Si me abrazo, enseño distinto. Porque al final, enseñar no es transferir contenido, es contagiar vida. Y para eso, tengo que tenerla.

Dormir sin culpa, vivir con alma

Así que esta vez, me lo permito:
Dormir sin culpa.
Respirar sin reloj.
Despertar sin alarma.
Escuchar sin corregir.
Estar sin justificarme.

Y cuando septiembre asome, volveré. Pero volveré con el corazón limpio, con el alma fresca, con los pies descalzos y la mirada encendida. Porque he aprendido que el descanso no es tiempo perdido. Es la cuna donde Dios me rehace para volver a amar.

Feliz descanso, maestro. Feliz descanso, yo.

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