Cuando pensamos en educación, a menudo nos enfocamos en métodos, técnicas y currículos. Pero Andrés Manjón, referente indiscutible, nos invita a mirar más allá. Para él, educar no era solo transmitir conocimientos, sino ayudar a cada persona a descubrir esa chispa divina que lleva dentro, es decir, conectar el cielo y la tierra.
Manjón afirmaba: «Educar es desarrollar y desenvolver los gérmenes de todo lo bueno que Dios ha plantado en el ser humano». Esta frase, cargada de profundidad, nos hace reflexionar sobre nuestro papel como docentes. ¿Somos conscientes del impacto que tenemos en la interioridad de nuestro alumnado? Somos docentes que conectan el cielo y la tierra.
El Docente como Guía de Interioridad
Más allá de impartir lecciones, Manjón veía al docente como un acompañante o guía en el despertar de las facultades humanas y espirituales. Educar es, para él, un acto profundamente humano y divino. Cada día en el aula es una oportunidad para tocar corazones, para encender esa llama interior que cada niño y niña posee.
¿Has sentido alguna vez esa conexión especial en clase, cuando una idea resonó profundamente en tu alumnado? Ese es el momento en que nos convertimos en más que instructores; somos inspiradores, despertadores de almas, y esto no tiene precio.
Cultivando la Semilla de la Espiritualidad
Nuestro alumnado no es una página en blanco a escribir, como se cree. Más bien, son viajeros y viajeras que ya traen consigo un equipaje repleto de vivencias, creencias, ideas y sentimientos.
Manjón nos recuerda que no estamos aquí para dictar cada paso del camino. No estamos para llevar en andas al alumno como el “maestro camello”. Nuestra tarea es despertar, sugerir, acompañar en su propio viaje, proporcionándoles las herramientas y el apoyo necesario para que descubran y desarrollen su potencial innato.
¿Cómo podemos, entonces, fomentar un entorno donde cada estudiante se sienta valorado y motivado a explorar lo mejor de sí? Quizás sea a través de rutas de aprendizaje manjonianas que reflejen sus intereses, o simplemente escuchándoles con atención y respeto mientras comparten sus experiencias y perspectivas. O quizás, con un compromiso por desarrollar las competencias por las que optó don Andrés y que las leyes de educación nos proponen en la actualidad.
Formando Seres Humanos Integrales
En una sociedad que a menudo se centra en resultados, cifras, tecnologías y redes sociales, Manjón nos invita a mirar al ser humano en su totalidad. Nuestra labor es formar personas capaces de responder no solo a las demandas académicas, sino también a las necesidades espirituales y emocionales que la comunidad en la que vivimos necesita.
¿Estamos preparando a nuestro alumnado para enfrentar el mundo de la tecnología y la inteligencia artificial con criterio, empatía, resiliencia y propósito? ¿Cómo podemos integrar valores esenciales en nuestras enseñanzas diarias, mirando siempre hacia lo alto?
El Aula como Espacio Sagrado
Imagina tu aula no solo como un espacio físico, sino como un lugar donde lo humano y lo divino se encuentran. ¿Y si Dios te ayudara cada mañana a llevar tu aula adelante?
Cada interacción es una semilla que puede florecer en el futuro. Al vernos como facilitadores de este encuentro, nuestra vocación adquiere un significado más profundo.
¿Y si cada clase la viéramos como una oportunidad única para influir positivamente en la interioridad de nuestro alumnado? ¿Cómo cambiaría eso nuestra perspectiva diaria?
Más Allá de las Cuatro Paredes
Para Manjón, la educación trascendía el aula. Era un proceso que abarcaba toda la vida, desde la infancia hasta la madurez. Como docentes, tenemos la oportunidad de influir no solo en el presente de nuestro alumnado, sino también en su futuro.
¿Qué legado queremos dejar en ellas y ellos? ¿Cómo podemos inspirarles a ser agentes de cambio positivo en sus comunidades?
El Privilegio de Educar
Ser docente es uno de los mayores privilegios y responsabilidades que existen. Es la profesión que permite todas las otras. Siguiendo el ejemplo de Manjón, podemos aspirar a ser guías que no solo forman, sino que transforman. Por supuesto, todo para la dignidad de la comunidad en la que estamos insertos.
Recuerda que cada gesto, cada palabra y cada acción no es neutra. Podemos dejar una huella imborrable y trazar puentes hacia una espiritualidad profunda, enraizada en la experiencia de Dios, Padre bueno.
Pues eso. La transformación comienza dentro.
¿Cómo aplicas en tu día a día la visión educativa de Andrés Manjón?