Nicolás Gutiérrez Gorlat
ARTÍCULO D. JOSÉ JIMÉNEZ FAJARDO Enviado por D. Nicolás Gutiérrez Gorlat, publicado en la Revista Actitud Avemariana.
Nació el día 6 de julio de 1922 en el seno de una familia humilde. Su infancia se desarrolló en torno a la Catedral de Granada, ya que sus padres, Rafael Jiménez Izquierdo y Antonia Fajardo Segovia, oriundos del pueblo de La Peza, vivían en la calle Sillería, núm. 7. Los ingresos económicos de la familia se obtenían con la venta de carbón.
Pepito, que así le llamaban, solicitó su ingreso en el Seminario Menor cuando iba a cumplir los ocho años. Los siguientes diez años los dedicó a los estudios eclesiásticos de Latín, Filosofía y Teología. Cuando estudiaba tercer curso de Teología (curso 1940-41) recibió las Órdenes Menores. Terminada la licenciatura en Teología, y previa dispensa papal por no tener la edad reglamentaria, fue ordenado diácono y presbítero. Celebró su Primera Misa en la Capilla del Colegio Máximo de Cartuja el 21 de diciembre de 1943.
Todo fue rápido en la vida de Jiménez Fajardo. Parecía como si, presintiendo lo corta que iba a ser su vida, quisiera correr para terminar todos sus proyectos. Muy joven obtuvo el doctorado en Teología con la máxima calificación, fue profesor de Religión del Instituto Padre Suárez, secretario particular del cardenal D. Agustín Parrado y profesor y director espiritual del Seminario Menor.
En 1942, siendo subdiácono, dirigió el Centro de Acción Católica que había en la parroquia de los Santos Justo y Pastor. A dicho centro acudían jóvenes estudiantes, entre ellos el joven estudiante de cuarto de bachillerato José Montero Vives, que quedó prendado por las cualidades de aquel “curilla”, al que quedó ligado para siempre.
Pero la finalidad y brevedad de estos apuntes biográficos me obligan a centrarme en los motivos que le trajeron al Ave María y en la labor que realizó en esta institución.
Pero, ¿cómo nació en él la idea de dedicarse a la educación? Él nos lo explica en su diario: “Desde los quince años soñé en consagrarme a educar niños y pedí mucho a Dios me llevara por caminos de humillación, y trabajos con pobres”.
Esta vocación le dirigió hacia el Ave María, ya que era una institución, bien conocida por él, que se dedicaba a la educación católica de niños pobres. Admirador de la persona y de la obra de D. Andrés Manjón, pensó que eran los caminos del Ave María los que habría de recorrer para cumplir con lo que él consideró que era la voluntad de Dios. Al respecto concibió un plan del que, de nuevo, nos habla en su diario: “Este plan es el siguiente: Consagrarme de por vida a la educación de los pobres en las Escuelas del Ave María, reuniendo junto a mí un grupo escogido de sacerdotes”.
Para llevarlo a cabo necesitaba dos cosas: la aceptación de su proyecto por parte de las autoridades avemarianas y la obtención de una beca que sufragara los gastos que ocasionarían los estudios de perfeccionamiento pedagógico, que él consideraba necesarios. Estimó que el mejor lugar para este perfeccionamiento era La Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica.
Habló con D. Pedro Manjón, Director General de las escuelas del Ave María; con el nuevo arzobispo, D. Balbino (el cardenal Parrado había muerto en 1946 y, en este momento de la vida de Jiménez Fajardo, andamos por 1950), y con el Presidente del Patronato de las Escuelas, D. Víctor Escribano. Todos, al principio, no se fiaban de sus ideas. Pero su insistencia y la ayuda de un miembro del Patrono, D. Julio Moreno Dávila, consiguieron lo que parecía imposible. D. Julio era amigo del Ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo, y por medio de éste se le concedió una beca de 84.000 francos belgas anuales.
Después de vencer la resistencia del Sr. Arzobispo, obtuvo el permiso de éste y, acompañado de tres seminaristas y repartiendo la beca con ellos, partió a Bélgica el día 4 de septiembre de 1951. Uno de estos tres seminaristas era José Montero Vives. José Montero, después de terminar sexto de bachillerato en el Instituto Padre Suárez, decidió ingresar en el seminario. En el momento que fue elegido por Jiménez Fajardo para que le acompañara a Lovaina estaba cursando segundo de Teología.
Su estancia en la universidad belga duró sólo dos cursos, ya que la posesión de su doctorado le valió para dispensarle de algunas materias. Sobre su gran capacidad para el estudio, José Montero nos dice: “Ciertamente gozaba de una inteligencia privilegiada. No necesitaba leer y releer varias veces un texto para retenerlo (…). Durante el verano de 1952 redactó la tesina, a base de libros escritos en inglés”1.
A su vuelta a Granada, el Patronato de las Escuelas del Ave María lo nombró Rector del Seminario de Maestros y Subdirector de las Escuelas. Tomó posesión de estos cargos el día dos de septiembre de 1953.
Como rector del Colegió llevó a cabo un cambio radical en todos los órdenes. Fue muy bien acogido por los alumnos, que hasta su llegada habían estado sometidos a una férrea disciplina. Su objetivo lo describe así el mismo Jiménez Fajardo: “El fin que perseguimos es múltiple: educar la responsabilidad de los alumnos, hacerles fijar su atención en lo esencial de la vida cristiana y de la formación humana, evitando perder las fuerzas en cosas sin importancia real, hacer que los alumnos se encuentren satisfechos en el Colegio, con lo que automáticamente aumentan su buena voluntad y su confianza en superiores y profesores”2.
Para conseguir esto estableció unas normas “revolucionarias”, que, aunque no fueron bien vistas por algunas personas, los alumnos del Internado las acogieron muy bien y que, en su mayoría, sirvieron para despertar en el alumnado el sentido de responsabilidad y coherencia. De eso se trataba. Entre estas normas destacaremos, por ser diferentes a las imperantes hasta ese momento, las siguientes:
- Ningún acto de piedad es obligatorio.
- Se puede confesar, oír Misa o comulgar en otras iglesias de Granada.
- Se podrá salir a la calle después de la merienda.
- Se harán veinte minutos diarios de gimnasia al levantarse.
- Cada quince días se realizarán salidas al campo.
- Se les permite a los alumnos asistir al cine, dos veces al mes, siempre que la película esté permitida para su edad.
Su coherencia, la seguridad en sus planteamientos y su sentido de la responsabilidad hicieron que, en algunas de sus actuaciones, se le viera demasiado duro e inflexible. Al llegar al Colegio se encontró con una serie de anomalías que intentó corregir: profesores sin titulación idónea, empleados que tenían a sus esposas e hijos comiendo en el Colegio, etc. Hacía falta mucho coraje para reorganizar aquello, pero lo hizo.
Su actuación en las Escuelas fue también tan dura como necesaria, ya que, en muchos casos, se había caído en la rutina y, en otros, la preparación de los docentes no era la más adecuada. Por esta razón, vio necesaria la creación de una Escuela de Magisterio.
En el mes de marzo de 1955 solicitó del Ministerio de Educación la autorización para la creación de la Escuela de Magisterio, que le fue aprobada ese mismo curso. Comenzó a funcionar en los sencillos locales que, al respecto, se habían construido, a toda prisa, en la Casa Madre. Se inauguraron en octubre.
Jiménez Fajardo “había descubierto que en los libros escritos por D. Andrés Manjón se contenía un tesoro que se debía ir mostrando a los que, por distintos motivos, no le conocían”3. Con este fin creó el Centro de Estudios Pedagógicos y Psicológicos Andrés Manjón (CEPPAM).
Tenía la costumbre de dedicar la mañana de los sábados (que entonces eran lectivos) a confesar en las distintas Colonias -Colegios- que el Ave María tenía en Granada. El segundo sábado del mes de enero de 1957 bajó a confesar a los niños de la Colonia de San Isidro. Aquel día cayó una copiosa nevada que cubrió de nieve las calles de la ciudad. Consiguió volver en tranvía hasta Plaza Nueva, pero no pudo encontrar ningún taxi que le subiera a la Cuesta del Chapiz y se vio obligado a subir andando. El duro enfriamiento sufrido aquel día, unido a los problemas cardiacos que padecía, le llevaron a la muerte el día 31 de enero de 1957. Sus restos descansan en el Cementerio de S. José de la ciudad de Granada.
En algo más de tres años D. José Jiménez Fajardo había conseguido una profunda renovación en el Ave María.
El Patronato de las escuelas nombró Rector del Colegio al sacerdote D. Rogelio Macías Molina; para la Dirección General del Ave María se nombró al también sacerdote D. José Montero Vives, que se había incorporado a nuestra Institución en 1955. Bajo la dirección de éste se hicieron realidad algunos de los sueños de Jiménez Fajardo como las Escuelas Profesionales del Ave María o las Escuelas del Ave María de la Playa de Motril.
BIBLIOGRAFÍA
- MONTERO VIVES, José. José Jiménez Fajardo: Una vida entregada al Ave María. Centro de Estudios Pedagógicos y Psicológicos Andrés Manjón. Granada, 2006, p. 40.
- Todas las citas de Fajardo están tomadas del libro de MONTERO VIVES antes referenciado.
- MONTERO VIVES, José. Op. cit., p. 88.